TEXTOS

Lo simple que resulta pasar algo por alto. Las prisas. La falta de atención. ¡Cuántos detalles pasan desapercibidos a nuestros ojos! Miradas, sonrisas, oraciones en silencio, gestos de humildad…. ¿Acaso valen menos?

Se nos va la vista… Nuestra mirada se pierde en lo grande, lo llamativo, lo vistoso, lo escandaloso… pero ¿y lo pequeño? ¿Dónde dejamos espacio para apreciar el detalle?

Vamos a atrevernos a romper esquemas. Que la grandeza no haga referencia ni a la longitud ni al tamaño. Convirtamos los pequeños gestos en verdaderos tesoros. Tratemos de apreciar lo nunca antes valorado. Que lo cotidiano sea sensacional… porque de eso se trata ¿no?
Que la vida se inunde de pequeñeces extraordinarias. Que las personas seamos grandes, no con mucho sino con poco.

Porque los gestos pequeños deben ser admirables.

¿Quién nos dice que no podamos “echarle sal” al tema?
Cuando la voluntad se mezcla con las ganas de perseguir un mundo un poquito mejor, ¡no existe esfuerzo inválido, por pequeño que sea!

Que las ganas se convierten en fuerzas cuando son perseverantes, las intenciones se transforman en hechos cuando vienen con determinación, las creencias y valores pasan a la acción cuando hay plena confianza y persiguen un mismo objetivo….

Por eso, cada vez que se te ocurra pensar que no se puede cambiar determinada situación, piensa que Dios quiso que “hiciéramos lío”, que rompiéramos esquemas, que llegásemos a la gente de forma cercana, que fuéramos alegres, que persiguiéramos lo imposible hasta hacerlo posible…. Tenemos la mejor ayuda y es la suya, ¿a qué estás esperando?

Vivimos en una sociedad atenta. Nos fijamos en todo: formas de vestir, de actuar, maneras de opinar…. Todo se mide al detalle, ¿no es cierto? Tenemos la vista entrenada para captar cualquier gesto que se salga de nuestros esquemas. Y cuando sucede así, automáticamente entra en acción nuestro sentido más crítico. Señalamos con tanta facilidad, que el 99% de las veces se nos olvidan las circunstancias que rodean al prójimo.
Sin más, esto se debe a la comodidad que sentimos al andar con nuestros propios zapatos. Estamos acostumbrados a ellos. Son de nuestra talla. Encajan con nuestro pie. El mundo desde nuestros zapatos se adapta a nuestras propias circunstancias.

¿Y qué lugar dejamos para la EMPATÍA? ¿Dónde queda nuestro deber de “ponerse en los zapatos del otro”?
¿Estás dispuesto a bajar el ritmo en tus propias deportivas para calzar las del prójimo? Entender, o por lo menos tratar de entender, aquella situación por la que pasa el de en frente es todo un don a poner en práctica.
En definitiva, el amor comienza a través de la comprensión.
¿Te atreves a ponerte en los zapatos de esa otra persona?

Cuando se trata de felicidad, puede que estemos prestando atención al punto equivocado. Y no me refiero a algo necesariamente material. Probablemente no identifiques la felicidad con un objeto. Quizás sea más una sensación, una persona o un recuerdo lo que tenga más posibilidades de causarte esa sonrisa en la cara. Incluso me atrevería a decir que lo tienes bastante claro… Cuando nos mencionan la palabra “felicidad” hay una imagen que inevitablemente se te pasa por la mente, ¿no es así?
Ahora es cuando viene mi pregunta… Esa definición de felicidad ¿incluye al prójimo?
¿La felicidad ajena causa la tuya propia?
¿Eres feliz dándote? ¿Entregando tu tiempo? ¿Tus ganas? ¿Tu vitalidad?
¡Qué sensación esa de ver disfrutar a los tuyos! ¡Esa misma que nos hace un poco mejores! ¡Esa que nos invita a perseverar, y a dejarnos a nosotros mismos en segundo plano!
Y es que no hay una manera mejor de ser feliz que vivir para los demás.

Acudimos a Él cuando nos sentimos solos, cuando algo nos preocupa o nos da miedo… También le contamos nuestras batallitas y alegrías. Es nuestro amigo más fiel, consejero, apoyo, consuelo, Padre y la persona en la que podemos descansar cuando no podemos más.

Jesús, Tú me conoces bien, sabes que aunque muchas veces me envuelva en mi rutina, mis planes, mi caos y mi falta de tiempo, siempre acabo recurriendo a Ti. ¡Y qué mejor momento para ponerme de tu lado, Señor! Porque si Tú me quieres en tu equipo, yo quiero que formes parte del mío. Quiero que sepas que te acompaño en tu sufrimiento, y quiero ayudarte a cargar un poquito de tu cruz. Solo decirte que no estás sólo Jesús, porque yo quiero estar contigo.

Hay quienes conoces y en muy poco tiempo llenan más que aquellos a los que llevas viendo toda la vida.

Hay algunos que aún estando lejos sientes más cerca que a muchos de tu alrededor.

Hay quienes incluso sin estar, están.

Los hay que desde lejos son capaces de acercarnos un poquito más al Cielo cada día.

Esos son quienes realmente merecen la pena. Son los que no necesitan estar en todo para ser alguien que siempre está.

Un mundo que aprecia… ¿Qué sería de este mundo si se valorara cada detalle?
Dicen que la vida se disfruta el doble cuando apreciamos nuestro alrededor:
esa persona que te da los buenos días, esa que sonríe siempre o aquella que se preocupa por ti incluso cuando no le pides ayuda.
Puede que lo tenga claro: es cuestión de actitud. Se trata de algo tan sencillo y a la vez tan complejo como pararnos para agradecer y vivir agradeciendo. Es ahí cuando la cosa cambia. La magia de apreciar. La virtud de estimar. El arte de valorar. Vivir convencidos de que todo lo que nos rodea es un auténtico regalo. Despertar la mirada para dar menos por hecho y dar más por agradecer. Que cada detalle cuente. Que cada gesto importe. Y qué bonito saber valorar, qué felicidad poder apreciar….

Sentir que Dios te ha hecho uno de los mayores regalos del mundo.
Que existe una persona en la que puedas confiar al 100% y ser tú mismo.
Tener la suerte de tener a alguien que te quiere tal y como eres.
¡Afortunados los que al mirar a alguien, sólo podemos dar gracias al de Arriba por ese regalazo al que podemos llamar amigo!

Él está pendiente de todo… de eso que tanto te preocupa y todavía no le has contado, esa enorme ilusión, esa intranquilidad o aquel agobio que no te sacas de la mente. Jesús es un auténtico detallista. Se preocupa por lo que le pedimos con tantas ganas y también por eso que no nos atrevemos a contarle.
Y entonces, ¿qué pasa con ese asunto por el que le llevo rezando tanto tiempo? ¿Por qué no me ayuda a solucionarlo? Es un misterio llamado fe… Jesús es el único que conoce el motivo, el cómo, el porqué y el mejor momento de cada cosa. Puede que no lo entendamos ahora… pero en el Cielo todo tiene un sentido. Lo que tengo por seguro es que, ante todo, Dios quiere lo mejor para ti y para mí. Aunque a veces no tengamos esa sensación, tengo la certeza de que Él tiene todo bajo control.
¡Y es que a Él no se le escapa una! Dios tiene todo atado. Ante mi agobio, ante mi preocupación, yo le digo: “Señor, no sé cómo vas a solucionarlo pero confío en que lo vas a hacer y muy bien”

Y qué sencillo puede ser priorizar cuando queremos a alguien. Qué fácil se hace todo cuando hay Amor de por medio. Y es que el Amor, cuando es del bueno, vence siempre. El Amor sufre pero también lucha, se equivoca pero también rectifica, se cansa pero también intenta. Porque el Amor no entiende de límites cuando se elige por encima de todo. El Amor se reza, se ofrece y se trabaja. El Amor consuela y da paz.
Amar es respetar, es sonreír, es querer querer, es compartir y aprender. Es darse y entregarse. El Amor ilusiona, nos llena y nos hace más generosos. Porque amar es desprenderse de uno mismo para pensar en la otra persona. Amar es querer lo mejor. Es procurar la felicidad ajena.
Y es que el Amor, no entiende de otra cosa.

Tengo claro que existen. Esas “personas-milagro” que Dios nos envía directamente desde el Cielo. Los milagros son más habituales de lo que pensamos. Vienen en forma de consejos, sonrisas, palabras de ánimo… Esa persona que te llama, quien te acompaña, quien insiste en saber cómo estás. Esa que te ayuda sin tú pedirlo, quien se ofrece, quien pregunta y quien se interesa. Los Ángeles de Dios son reales y los vemos más de lo que creemos. Son milagros en persona. Llegan a nuestras vidas cuando pensábamos que esa situación no podía cambiar. Y de repente, todo parece distinto, las cosas se ven mejor.
Gracias Jesús por esos milagros que sé que vienen directamente de Ti. Gracias por cuidarme a través de ellos. Y es que los milagros existen. Muchos de ellos, llegan en forma de personas.

Es una decisión. Está en ti. La felicidad estará presente siempre que estés dispuesto a verla. ¿Acaso implica estar al máximo? ¿Que no nos falte de nada? ¿Que todo sea como queremos?

La felicidad es actitud. Es reírse de los contratiempos. Es buscar lo bueno. Es pasar al plan B, C o Z. Es implicarse. Es disfrutar de lo que venga y tal como venga. Es sentirse afortunado. Es llenarse con poco y disfrutar de lo sencillo.
Siempre va a faltar algo. Siempre vamos a echar de menos a alguien. Siempre vamos a necesitar algo más. Pero, ¿y el resto?
Que me pase la vida agradeciendo. Que nunca me canse de sentirme afortunada. Que el más feliz sea el que menos necesite para serlo.

Y es que ya somos felices, ¿aún no te has dado cuenta?

El bien es sencillo. Y lo sencillo siempre agrada a Dios. Todos los días somos libres de querer. Somos libres de elegir. Cada mañana se nos da la oportunidad de escoger eso que nos agranda el corazón.
El amor es libre.
La amistad es libre.
La sonrisa es libre.
La entrega es libre.
El deber es libre.
La gratitud es libre.
El compromiso es libre.
El perdón es libre.
La verdad es libre.
Que cada día se convierta en una oportunidad nueva de amar. Que cada día refleje nuestras ganas de mejorar. Que cada día podamos escoger abrazar el bien.

Miércoles de ceniza.

No es un rito, sino un regalo. No es una tradición, sino una oportunidad. No es un día señalado, sino la señal de un día.

Volver al punto de partida. Recalcular ruta. Retomar el camino. Recomenzar de nuevo. Agarrar la mano que nos rescata. Reconocer la voz que nos llama. Confiar en una dirección señalada, en una vida propuesta, en una senda nueva y a la vez conocida.

Una Cuaresma y toda una vida. Mi existencia sobrecogida a la sombra de la inmensidad de una Cruz reventada de Amor por mí.

No quiero coleccionar más Cuaresmas vacías. Aquí estoy, Señor. Hazme nuevo.

Texto: @ignadelrey

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